lunes, 13 de septiembre de 2010

La cazadora de 'hombres del Führer'...

de Torrelavega


«Trabajaba con una cápsula de cianuro en el bolsillo y dos pistolas en el bolso»...

recuerda Marina Vega



Marina Vega pasó de ser la hija del registrador de la propiedad de Torrelavega a subteniente del Ejército francés.

Durante la II Guerra Mundial, colaboró con la Resistencia gala sacando del país a los perseguidos por los nazis. Y cuando Alemania capituló en 1945 dedicó su vida a cazar a los 'hombres del Führer' que se habían fugado a España.

Han pasado más de seis décadas, pero Marina sigue eligiendo habitaciones de hotel en la primera planta y nunca se sienta de espaldas a una puerta. «Las precauciones se quedan para siempre», confiesa a sus 86 años desde su casa de Madrid.

Su historia comienza en paralelo a la Guerra Civil española.

Los fascistas metieron a su padre en la cárcel… por ser republicano… y ella huyó de Torrelavega a Francia, con doce años, a casa de unos amigos de la familia. Cuando acabó la contienda regresó a Madrid y, a los 17 años, en 1941, empezó a trabajar para el embajador francés. O lo que es lo mismo, para la Resistencia. «Me sentía útil y muy feliz. Combatir a los nazis era una obligación para mí, que soy de izquierdas y republicana», explicó a este periódico Marina.

Su trabajo consistía en viajar a San Sebastián y Pamplona para recoger documentos y refugiados que pasaban de incógnito la frontera… los llamados 'Paser'…. Allí la vigilancia era férrea. Los controles en las estaciones de tren y carreteras la obligaron muchas veces a recurrir a la imaginación para no ser descubierta, provocando situaciones más propias de un guión de Hollywood.

«Muchas veces me hacía pasar por una profesora de sordomudos, así evitábamos que los franceses que recogía no tuvieran que hablar con los guardias de los controles y su acento les delatase», recuerda.

O aquella vez que la dieron en la frontera un maletín con un sobre de color sepia en su interior. «Nunca miré lo que había, pero imagínate...», dice. Cuando fue a coger el tren se encontró con la estación llena de guardias civiles que revisaban todos los equipajes. Marina tomó entonces la decisión más arriesgada. «Fui directa donde uno de los policías y le dije si me podía guardar el maletín mientras sacaba el billete. Después, me hice la olvidadiza y entré en el tren sin ir a recogerlo. El propio guardia corrió por toda la estación y me lanzó el maletín por la ventana con el tren en marcha mientras gritaba: 'Señorita, se olvidaba esto'», relata todavía orgullosa de la hazaña.

Otros compañeros suyos no tuvieron tanta suerte: «Uno se tuvo que tirar de un tren en marcha, rompiendo los cristales de la ventana, porque la Gestapo lo había localizado».

Lo que hicieron en Guernika

Las herramientas de trabajo de Marina eran dos pistolas, una del calibre 6,35 que guardaba en la cartera y otra de 7,35 que llevaba en el bolso. «Nunca tuve que usarlas, pero aquello no era una novela ni una película. Era peligroso y cuando hacíamos vigilancias las llevábamos encima», explica. En su bolsillo escondía, además, una cápsula de cianuro. «Era el último recurso por si nos cogían. Las instrucciones eran que nos la metiéramos en la boca y, antes de revelar cualquier secreto, la mordiésemos».

Cuando los rusos tomaron Berlín y Alemania firmó la capitulación, Marina siguió trabajando para Francia en España, pero con otros objetivos. Se convirtió en una 'caza nazis'. «El país entero estaba lleno de espías y políticos y militares fugados. Nuestra misión era encontrarlos para que pagasen por lo que habían hecho. Sólo era una cuestión de justicia», explica.

Muchos de ellos, recuerda, vivían en chalets a las afueras de Madrid. «Nos metíamos en sus casas, los dormíamos con somnífero, los escondíamos en el maletero de un coche y los llevábamos a Francia para que fuesen juzgados». Ese era el protocolo. Las motivaciones rendían cuentas a razones más pasionales: «Te acordabas de lo que habían hecho en Guernika y los atrapabas con un gusto...», confiesa.

Y así transcurrió la vida de Marina hasta que tuvo 34 años y pudo, por fin, formar una familia. «Hasta entonces no pude ni tener novio. Con el estilo de vida que llevaba era imposible».

Por Cantabria ha vuelto de vez en cuando. Pero sólo de turismo, sin un nombre apuntado en un papel con una diana en el centro.

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…En ocasiones guardo retazos de la historia… como este testimonio que leí en el Diario Montañés

…Suelo imaginar que historias similares se repiten en otros países que están o han estado en guerra actualmente… dejando como secuelas miedos… odios… rencores… y temores de por vida…

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